lunes, 31 de marzo de 2014

'Tienes razón. Es mucho mejor ser temido que amado.'- (Alicia en el País de las Maravillas).

Parece mentira, me paso la vida entre libros, dejandome la tinta en los folios, y hoy que decido escribir las palabras no fluyen. Y ahora es cuando debería publicar la entrada, porque ni siquiera sé que más decir.
No me gusta esta sensación, la de querer decir mil cosas y acabar no diciendo ninguna. Es frustrante. Me siento como el que bebe para olvidar y acaba recordando. Pero bueno, es que emborracharse no sustituye a la falta de compañía, porque según la botella se vacía, te llenas de soledad. Y esto es así.
Aunque hablando de no gustar, no me gusta echar de menos, y lo que menos me gusta de echar de menos a alguien, es que funciona a rachas. A días. Por momentos. En lugares concretos. Cuando menos te lo esperas. Aparece, sin avisar, sin pedir permiso, y lo que es peor se queda un tiempo indefinido. Y joder, no puedes dejar de hacerlo, no puedes dejar de echar de menos, ni aunque lo intentes. Escuece. Duele. Quema. Pica. Desgarra. Rompe. Congela. Arde. Arranca. Hiere. Desquebraja. Te hunde. Te asfixia. ¿He dicho que duele? Pues duele, mucho. Te despiertas y no sabes qué va a pasar. Pero se pasa, siempre se pasa.
¿Y esto a qué cojones viene? No lo sé. No sé. No sé nada.
Mi vida se podría resumir en eso, en un 'no sé'.
Que se note la confusión..
Que se note como soy.
Y cambiando de tema, el título que acompaña a estas palabras.. Yo tampoco sé a que viene, a parte de que es una gran verdad y blablabla.. Alicia.
Dear Alice.
Oh, Alice, Alice..
Adoro esa película, no sólo por el espléndido papel de mi querido Johnny Depp (los trámites de nuestra boda están en camino), si no porque me siento completamente identificada con el Sombrerero Loco, porque.. nunca he dejado de soñar.
O porque, ''-Estás loco, majareta; pero...¿sabes qué?, las mejores personas lo están.''
Tal vez.
Otra vez que se me han ido las palabras, joder.
'Cierra los ojos y mira la oscuridad.'
Ese era el consejo que solía darme mi padre cuando de niña no podía dormir. Ahora no me gustaría que hiciera eso, pero he decidido seguir su consejo. Me paro, y miro fijamente la inmensa negrura que se extiende más allá de mis párpados cerrados. Aunque estoy quieta en el suelo, me siento colgada del punto más alto que consigo imaginar, con las piernas colgando sobre la fría y negra nada. Echo una última mirada hacia arriba y me suelto. Caigo, luego floto, vuelvo a caer y, finalmente, toco el suelo.
Me niego a abrir los ojos. Me rebelo y aprieto los párpados aún más para bloquear los puntitos de luz, que no son más que meras distracciones que nos mantienen despiertos pero que son un indicio de que hay vida al otro lado. Aunque no siento nada. El corazón me late deprisa; es el único que queda en pie, negándose a rendirse. Es la única parte de mí que se preocupa, la única que alguna vez se ha preocupado. Lucha por bombear la sangre que debe curarme, por reemplazar la que he perdido.
En fin, ni siquiera sé que más añadir.

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