miércoles, 8 de enero de 2014

'Que cuanto más tiempo pasaba, menos tiempo le quedaba para escapar.'

“La vida tiene esas cosas. A veces quita, y en ocasiones quita mucho. Pero suele compensar, también suele dar algo a cambio."
Y ahora es cuando yo me pregunto si verdaderamente esto es cierto, porque vamos a ver si tanto dicen que devuelve aún sigo esperando esa compensación que me debe ya que ella (o el destino, o lo que sea que mueva el mundo) es la causante de las cicatrices de mis muñecas, y ya no hablemos de las piernas, y el tema de las pastillas ya lo dejo para otro rato. Estoy loca ¿verdad? Tengo asumido que la propuesta que me hicieron de ir al psiquiatra no es tan mala como me parecía, a lo mejor solo necesito que me encierren entre cuatro paredes y que me tengan que estar todo el día chutando cosas para ser o, más bien, aparentar ser feliz. Que ya ni su compañía ni querernos ni las sonrisas que me saca sirven de algo, joder. Que ahora lo único que me vale es meterme bajo el chorro de la ducha, ya sea con o sin ropa, para no diferenciar mis lágrimas del agua del grifo, y sí, debo sentirme orgullosa de mi misma que después de este último (y definitivo) palo no me he abierto ninguna herida más, no me ha hecho falta revivir esos momentos sentada en la bañera jugando a ver la sangre resbalar por mis muñecas, mientras me río irónicamente. Y ahora es cuando se me corta esta especie de inspiración espeluznante, ya que ¿a quién le interesa esto?
Sigo esperando eso a cambio.
Puta vida.
«Mírala. La loca. La loca.»
“-Otra loca. +No estamos locas. -Si intentamos matarnos, si que lo estamos.”

jueves, 2 de enero de 2014

Pablo Hásel.

Abir vive en Gaza es otra niña palestina, que a los siete dibujaba los cadáveres de niños a los que Israel asesina, nunca tuvo inocencia. Vio la casa de sus abuelos destruida, con el pretexto de que eran terroristas; ahora tiene diez, su padre fue asesinado, pero su madre le dice que está viajando.
A veces no puede ir al colegio por los disparos y habla de venganza contra esos desalmados, nadie le ha dicho que lo haga, simplemente es normal cuando a diario pisotean a su gente. Miente a su madre diciéndole que no tiene miedo, pero los tanques la tienen nerviosa el día entero, tiene pesadillas en las que no vuelve a ver a papá, si supiera que lo torturan hasta no poder respirar...
Aunque hay algo que le hace levantarse contenta, hay un chaval que le gusta en su escuela e intenta pensar solo en él cuando el pánico la invade y merodean muy cerca los sionistas cobardes.
Se llama Yusef y cómo casi todo niño palestino tiene familia asesinada por este holocausto permitido, el enamoramiento es mutuo, cogidos de la mano vuelven a casa y el miedo parece cosa del pasado. Dicen que de mayores se casarán en una Palestina libre, es la firma de cada carta de amor que se escriben, es lo poco bonito que le queda a Abir, odia esta situación pero no se quiere ir de su país. Quiere luchar por aquello que les pertenece, honrar el recuerdo de los caídos aunque a veces solo se imagina miles y miles de kilómetro de Gaza con Yusef, donde sus hijos nos sufran amenazas.
Un día llega al colegio ilusionada pero él no está, la profesora llora, en clase faltan tres niños más, les explica que han muerto en un bombardeo, cómo no va a callar, si igualmente se iban a enterar.
La ansiedad lleva a Abir al hospital, no puede asumir que sea tan cruel y despiadada la barbarie Israelí. Pasa una semana casi en coma y cuando despierta solo puede pensar en la sonrisa de Yusef y en un fusil, del amor al odio hay un paso, ellos la forzaron al camino de acabar siendo una mártir del brazo armado palestino.