jueves, 2 de enero de 2014

Pablo Hásel.

Abir vive en Gaza es otra niña palestina, que a los siete dibujaba los cadáveres de niños a los que Israel asesina, nunca tuvo inocencia. Vio la casa de sus abuelos destruida, con el pretexto de que eran terroristas; ahora tiene diez, su padre fue asesinado, pero su madre le dice que está viajando.
A veces no puede ir al colegio por los disparos y habla de venganza contra esos desalmados, nadie le ha dicho que lo haga, simplemente es normal cuando a diario pisotean a su gente. Miente a su madre diciéndole que no tiene miedo, pero los tanques la tienen nerviosa el día entero, tiene pesadillas en las que no vuelve a ver a papá, si supiera que lo torturan hasta no poder respirar...
Aunque hay algo que le hace levantarse contenta, hay un chaval que le gusta en su escuela e intenta pensar solo en él cuando el pánico la invade y merodean muy cerca los sionistas cobardes.
Se llama Yusef y cómo casi todo niño palestino tiene familia asesinada por este holocausto permitido, el enamoramiento es mutuo, cogidos de la mano vuelven a casa y el miedo parece cosa del pasado. Dicen que de mayores se casarán en una Palestina libre, es la firma de cada carta de amor que se escriben, es lo poco bonito que le queda a Abir, odia esta situación pero no se quiere ir de su país. Quiere luchar por aquello que les pertenece, honrar el recuerdo de los caídos aunque a veces solo se imagina miles y miles de kilómetro de Gaza con Yusef, donde sus hijos nos sufran amenazas.
Un día llega al colegio ilusionada pero él no está, la profesora llora, en clase faltan tres niños más, les explica que han muerto en un bombardeo, cómo no va a callar, si igualmente se iban a enterar.
La ansiedad lleva a Abir al hospital, no puede asumir que sea tan cruel y despiadada la barbarie Israelí. Pasa una semana casi en coma y cuando despierta solo puede pensar en la sonrisa de Yusef y en un fusil, del amor al odio hay un paso, ellos la forzaron al camino de acabar siendo una mártir del brazo armado palestino.

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